De editores, periodistas y mercaderes

De editores, periodistas y mercaderes

Y un desertor del ejercito Israeli

En la explanada hay un par de manifestantes por la presencia de Israel. Son solamente dos, una muchacha y un muchacho. Una bandera palestina en el suelo y un cartel contra la ocupación. Como ellos, pienso que Palestina debe tener un territorio y que los dos países deben vivir en paz.

I. Los demasiados libros

Son muchos los libros que sirven para tres cosas. No me refiero a los de ayuda y superación personal, pues debe haber legiones de lectores que han obtenido algún provecho de ellos, y muy su gusto. Muy su gusto, también, el de los no pocos consumidores de novelas chatarra tan de moda, pero al menos, supongo, éstos no pretenden ser cultos ni se inscriben en talleres literarios ni ejercen la crítica formal.

Hablo de los escritores, académicos y periodistas que pasan por serios y que a la primera oportunidad ($) ofrecen al mercado productos atiborrados de clichés, como Jorge Zepeda Patterson con su novela Los corruptores, escrita en la peor jerga del periodismo “comprometido”, o Lorenzo Meyer con su compilación de artículos Nuestra tragedia persistente, en donde se escamotea el análisis histórico a favor de la simplona propaganda lópezobradorista.

Libros que venden miles de ejemplares entre los convencidos y que contribuyen a sostener el elevado nivel de vida de autores que no se diferencian mucho de la clase política a la que dedican sus enérgicos desafectos.

En casos como los anteriores el editor es apenas un agente al que únicamente le importan las ventas; muchas veces ni siquiera lee el original ni contrata a un corrector. Por esta razón es de agradecer la existencia de editores verdaderamente entregados a su oficio, apasionados con el descubrimiento de autores nuevos o desconocidos para otros públicos, que dedican tiempo y dinero a dar a luz libros bien cuidados y diseñados, y hasta exquisitos.

Es el caso de Rodrigo Fernández de Gortari, fundador y director de Vanilla Planifolia, editorial mexicana con un breve catálogo de arte y literatura cuya calidad no desmerece ante prestigiadas editoras europeas.

Nombres como el del guineano Tierno Monénembo, el marroquí Mohamed Leftah, el chadiano Koulsy Lamko, el venezolano Guillermo Meneses y el italiano Giorgio de Chirico —sí, el pintor— son los de los primeros cinco autores de la elegante y seductora colección Los Insospechables, de la que se tiran de 1,500 a dos mil ejemplares de cada título, más del promedio en México.

Uno de los proyectos, ya en marcha, de Vanilla Planifolia —el nombre de la planta de la vainilla— es el de una caja con un libro que compila los artículos sobre arte, literatura, teatro y los más diversos temas que publicó el genial Juan José Gurrola en su columna “Double Take” del diario Milenio, con una pluma inteligente, violenta y jocosa. Todo lo contrario de las publicaciones más groseramente comerciales.

II. El desertor

En los laberintos de la FIL brotan decenas de amigos y conocidos a los que uno no reconoce de inmediato. La miopía y el paso de los años hacen su parte y lo que parece una falta de cortesía no es más que una mala pasada que el tiempo nos juega. Por eso creo que Élmer Mendoza no me reconoció: entrecerró los ojos, me vio unos segundos y pasó de largo.

Esta feria depara también gratas sorpresas, como conocer en carne y hueso a quienes se ha tratado de manera virtual durante años, como Julio Villanueva Chang, Luis Bugarini, Guillermo Fajardo o Roger Vilar y, lo mejor, que estos tres últimos me obsequian sus nuevos libros: Estación Varsovia, Los inocentes también y Brujas, respectivamente, publicados, vaya coincidencia, por la misma casa, Sediento, dirigida por el cuidadoso editor Manuel Pérez-Petit.

La soleada tarde del martes, a la salida del Angus, escucho que alguien grita mi nombre detrás de mí. Volteo y veo a un nórdico de gafas violetas iridiscentes al que no identifico en el momento. Se trata de Xavier Velasco, aunque, para asegurarme, le pido que se las quite.

Su enorme sonrisa va de sien a sien. No sé por qué esto no me sorprende, pues no hemos llevado una relación precisamente amistosa y la última vez que lo vi fue en las oficinas del editor Víctor del Real —Nitrato de Plata, Gallito Cómics— hace más de veinte años, cuando le publiqué un relato sobre un gecko —¿o era un hamster?— en la revista que hacía entonces, La Pus moderna. Después hubo un distanciamiento por tonterías relacionadas con el rock mexicano: él escribió un libro sobre una banda llamada Caifanes y yo hice un video sobre el entusiasmo de los roqueros por salir en los programas de Paco Stanley y Verónica Castro.

Atravesamos la avenida de Las Rosas para ingresar de nuevo a la Feria y charlamos brevemente de una amiga en común, Adriana Mojica, voraz lectora de Diablo Guardián y ex alumna mía en el ITESO. Le digo que pronto ella dará de qué hablar como escritora.

En la explanada hay un par de manifestantes por la presencia de Israel. Son solamente dos, una muchacha y un muchacho. Una bandera palestina en el suelo y un cartel contra la ocupación. Como ellos, pienso que Palestina debe tener un territorio y que los dos países deben vivir en paz. Por la noche, en el taxi, pienso que debí haberlos invitado a la presentación de Jet Lag, del escritor mexicano-israelí Ari Volovich, desertor del Ejército de Israel y cuyas crónicas sobre el largo conflicto deberían de ser leídas sin prejuicios por ambas partes.

Fuente: https://revistareplicante.com/de-editores-periodistas-y-mercaderes/

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